BIOGRAFÍA

TRINCHE

ALEJANDRO CARAVARIO

(Planeta - Buenos Aires)

Murió la semana pasada, a los 74 años, en un hospital de Rosario, donde estaba internado por los golpes provocados por delincuentes que le robaron su bicicleta. Tomás Felipe “Trinche” Carlovich, Un nombre que no dice nada a la mayoría. Para algunos es el nombre del mejor futbolista de todos los tiempos. Maradona dijo que jugaba mejor que él. Pekerman asegura que fue el mejor que vio. Menotti suele contar que lo convocó a la selección pero que no se presentó porque se había ido de pesca. Hay unos pocos segundos de archivo fílmico de su época de plenitud y cinco minutos de un partido que jugó cuando tenía 42 años. Nada más. Las estadísticas tampoco revelan mucho. Jugó cuatro partidos discretos en Primera. El resto de su carrera, en Segunda y Tercera división. Pero quienes fueron testigos de su juego coinciden en que era un superdotado con habilidades únicas, “una mezcla de Riquelme, Alonso y Redondo”.

Alejando Caravario, en este libro publicado en 2019 (disponible como ebook), se dedicó durante un año a contrastar la leyenda con fuentes documentales y testimonios de compañeros, adversarios, técnicos, periodistas, aficionados y con la versión del protagonista de la historia. La trama es apasionante. Es el propio Carlovich quien intenta desinflar su mito. Relativiza las hazañas, siembra la duda en los relatos, empuja al olvido los pasajes centrales de su biografía. Pero quienes sostienen la leyenda son grandes referentes del deporte, quienes vieron la explosión del fenómeno. Bielsa, Griguol, Valdano, Sampaoli, Brindisi y Kempes, entre otros.

Sus compañeros de Central Córdoba dicen que se caracterizaba por hacer caños de ida y vuelta a sus rivales, por transportar la pelota con el taco, por hacer jueguitos con monedas, por jugar con “ojos en la espalda”. También hay detractores del mito. Quique Wolff, quien lo enfrentó en 1974, plantea que si hubiese sido tan grande tendría que haberse destacado en los grandes escenarios futbolísticos. Ese es el gran enigma que rodea al personaje. Sus admiradores narran sus diferencias con los entrenadores, su mala suerte con las lesiones, su fobia a los entrenamientos, sus faltazos a los partidos clave, su apego al barrio y a los amigos, su aversión, en definitiva, al profesionalismo.

Las anécdotas, otra vez, siempre tienen ribetes literarios. Dicen que cuando se aburría en los partidos se hacía expulsar para irse a jugar con sus amigos, que desaparecía durante días, que en las finales había que ir a buscarlo a su casa porque se quedaba dormido.

La vida deportiva de Carlovich tiene un episodio sobresaliente. Es el 17 de abril de 1974 en el estadio de Newell´s. Los locales junto a jugadores de Rosario Central reciben a la selección argentina para disputar un partido preparatorio para el Mundial. El único jugador del combinado rosarino que no pertenece a ninguno de los dos equipos de Primera de la ciudad es Carlovich. En el seleccionado argentino juegan Tarantini, Wolff, Bertoni, Poy, Houseman. Los testigos recuerdan el partido como un baile. El primer tiempo termina 3-0 a favor de los locales con un Carlovich iluminado, que se destaca entre los 22. Circula la versión de que el técnico de la selección, angustiado por el papelón, se acerca en el entretiempo al técnico local y pide que saque a Carlovich. Lo cierto es que el jugador no sale a jugar el segundo tiempo y ahí se termina, para siempre, su actuación en el primer nivel de su deporte.

¿Qué es lo que atrae tanto en la historia del crack que no quiso ser? Su elusión de un destino dorado puede ser leído como una metáfora de la Argentina, la tragedia de quien desperdicia sistemáticamente todas sus condiciones para el desarrollo de su potencial. La lectura opuesta es la de la renuncia ética, la de la epopeya de quien esquiva la fama y el dinero del deporte profesional para mantener viva su esencia romántica, artística y lúdica.

La leyenda del “Trinche” Carlovich se parece a esas historias de superhéroes que intentan ocultar sus poderes mientras pueden. Cuando se encendían las cámaras, Carlovich se lesionaba, se hacía expulsar o no se presentaba. Como si intuyera que el éxito al que parecía estar condenado le robaría la felicidad que alcanzaba en el potrero de su barrio.

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Daniel Dessein